jueves, 28 de abril de 2016

UN ÁRBOL CRECE EN BROOKLYN: BETTY SMITH


El clásico norteamericano sobre la infancia y juventud de una hija de inmigrantes en el Brooklyn de la década de 1920. Francie Nolan adora leer, y lo hace sentada en las escaleras de emergencia de su casa, a la sombra de un árbol. Esta es la entrañable historia de su vida y la de los Nolan en general, una familia pobre, de raíces irlandesas y austriacas, que llegó a América buscando prosperidad. Francie crece con un padre dulce pero débil y demasiado pegado a la botella, de manera que el verdadero soporte de la familia es su madre, que trabaja limpiando las escaleras de la vecindad. Un coro de familiares y amigos rodea a la familia, pero queda claro desde el principio que son las mujeres Nolan las que de verdad pisan fuerte en la vida. Como aquel árbol que le da sombra mientras lee, y que crece en el cemento, la ingeniosa Francie lucha contra toda clase de obstáculos para sobrevivir y salir adelante. Una novela repleta de personajes vivos, que recrea la década de 1920 en Brooklyn y el sueño americano de miles de inmigrantes.



Un árbol crece en Brooklyn ha resultado una lectura compleja y al mismo tiempo más simple de lo que esperaba, aunque parezca un poco contradictorio. Menciono lo de compleja porque pensé, luego de recibir muchas recomendaciones acerca de ella, que me engancharía de inmediato, pero no fue así; si bien disfruté mucho de la lectura desde un inicio, reconozco que no fue sino hasta la mitad del libro, aproximadamente, que me vi por completo envuelta en la trama, lo que, a la luz de todos los acontecimientos que se suceden a esas alturas del libro, me ha llevado a preguntarme si quizá esa no fue la intención de Betty Smith desde un principio. Me refiero a que durante las primeras páginas del libro se nos presenta la vida de esta familia, los Nolan, desde los ojos de la pequeña Francie, por medio de una serie de anécdotas que  nos permiten conocer su relación entre ellos, con el mundo, y consigo mismos. Sabemos acerca de cómo esta familia de raíces irlandesas y austriacas llegaron a Nueva York, como muchos otros inmigrantes en aquella época, en busca de una vida mejor y ese "sueño americano" del que se hablaba tanto. Gracias a la narración sencilla y amena de la autora, que da voz a Francie, conocemos sus carencias, las dificultades por las que deben pasar, ese vivir un día sí y otro también sin estar seguros de lo que depara el mañana, pero con el mejor de los ánimos la mayoría de las veces para esperar lo mejor.



Francie es un personaje encantador, y la seguimos desde que es una niña hasta que crece bordeando la adolescencia, siempre con una serie de anécdotas interesantes y que grafican mucho el entorno en que vive. A Francie le encanta leer, al grado que va a la biblioteca como quien se acerca a una iglesia (muy identificada con ella en este punto), y está decidida a leer un libro de los que allí encuentra cada día, en orden alfabético (temo que no me veo tan reflejada aquí, jamás podría ser tan disciplinada con mis lecturas). Y a Francie no solo le gusta leer, sino que, según crece, descubre una gran pasión por la escritura (definitivamente esta niña es de las mías). Pero no todo son libros y los sueños de una niña pequeña, no, en absoluto. Vemos también la relación de Francie con su hermano Neeley, que me ha parecido entrañable, y en particular conoceremos también a los adultos que la rodean. Debo señalar aquí a los padres de los niños, porque ambos me han parecido muy interesantes y ricos. Kathie, la madre, es una de aquellas damas dispuestas a hacer todo lo que está en su mano por sacar adelante a su familia, trabajar hasta el desmayo y procurar una vida mejor para sus hijos, por difícil que resulte y por poca ayuda que reciba. El padre, Jhonny, en cambio... no sé, tengo sentimientos encontrados con él porque es un hombre que me inspira tanta lástima como indignación; trabaja eventualmente de camarero, pero tiene un serio problema con la bebida, y me rompe el corazón ver cuánto ama a su familia y cómo Francie lo idolatra, pero él se ve arrastrado por ese vicio.



Luego, en la segunda parte de la novela, como les comentaba, ciertos acontecimientos obligan a Francie a dejar parte de esa inocencia que conservaba y a enfrentarse a los horrores que la vida nos tiene deparados; pero no quiero entrar mucho en detalles para que así se animen a descubrirlos por ustedes mismos.

Algo más a resaltar de este libro es el maravilloso retrato que hace del Brooklyn de la época, cuando apenas empezaba a formarse gracias en gran medida a todos esos inmigrantes que literalmente sudaron y sangraron sobre sus calles para convertirlo en el lugar que nos es tan conocido, al menos gracias a la literatura. Sin duda, Un árbol crece en Brooklyn es un libro muy recomendable para cualquier lector; nos presenta personajes entrañables, una trama que te va envolviendo con suavidad hasta que necesitas saber qué depara el futuro a estas personas, y en particular a la pequeña Francie, que a mí, al menos, me ha robado el corazón.


"Son mágicos los instantes en que un niño se entera de que puede leer las palabras impresas. Durante un tiempo, Francie sólo sabía pronunciar las letras una a una, para luego juntar los sonidos y formar una palabra. Pero un día, mientras hojeaba un libro, la palabra "ratón" le apareció entera y de inmediato adquirió sentido. Miró la palabra y la imagen de un ratón gris se estampó en su cabeza. Siguió leyendo y cuando entrevió la palabra "caballo", oyó los golpes de sus cascos en el suelo y vio el sol resplandecer en sus crines. La palabra "corriendo" la golpeó de repente, y ella empezó a jadear, como si de verdad hubiese estado corriendo. La barrera entre el sonido de cada letra y el sentido de una palabra entera se había caído. Ahora, con un simple vistazo, la palabra impresa le revelaba su sentido. Leyó rápidamente unas páginas y estuvo a punto de desmayarse por la emoción. Quería gritarlo al mundo entero: ¡sabía leer! ¡Sabía leer!"

domingo, 17 de abril de 2016

EN ABRIL, LIBROS MIL



Hoy vengo con una nueva iniciativa del grupo TARROS-LIBROS 2016, de esas tan bonitas que se organizan. En esta ocasión, claro, toca festejar el Día del libro que, valgan verdades, para las almas lectoras es como Navidad, pero en abril. Por todas partes y para quien sepa  mirar, se encontrará  con ferias, conversatorios, ¡ofertas!; pero, sobre todo, nos toparemos con más de un amigo lector que tendrá la gentileza de recomendarnos algún libro que, nunca se sabe, podría cambiarnos la vida. La propuesta del grupo para esta fecha es precisamente recomendar un libro que le rinda honores a esos fieles amigos. Se me ocurrieron varios, pero decidí optar por uno que me parece no es tan conocido como merece y del que ya les hablé en alguna otra ocasión: La sociedad literaria y el pastel de piel de patata de Guernsey. 


Enero de 1946: Londres emerge de las sombras de la segunda guerra mundial. La escritora Juliet Ashton está buscando el argumento para su próximo libro. ¿Quién podría imaginarse que lo encontraría en la carta de un desconocido, un nativo de la isla de Guernsey, a cuyas manos ha llegado un libro de Charles Lamb que perteneció a Juliet?

A medida que Juliet y el desconocido intercambian cartas, ella se queda atrapada en un mundo maravillosamente excéntrico.


                                                                   

Una buena amiga me recomendó este libro hace mucho tiempo, pero me resultó difícil conseguirlo y apenas di con él a un precio razonable  me lancé sobre él (casi literalmente),  y lo llevé para casa. La autora principal de este libro, Mary Ann Shaffer, cuenta que un día estaba en la isla de Guernsey, en El Canal de La Mancha en espera de su vuelo en el aeropuerto y se entretuvo con un libro acerca de la ocupación alemana en este lugar. Quedó fascinada por el tema y decidió escribir un libro al respecto; desafortunadamente cuando estaba por terminarlo se vio atacada por una delicada enfermedad, pero tuvo la fortuna de contar con la ayuda de su sobrina, Annie Barrows, quien le ayudó a llevar el proyecto a buen puerto.

                                    

Este libro pertenece al género epistolar, y solo por ello ya me tenía muy interesada. Desde que leí 84, Charing Cross Road me enamoré de este estilo de narración, y si además, como en el caso de ambos libros, se trata el amor por los libros y la importancia de la literatura en la vida del ser humano, me tienen del todo ganada. 

Podríamos decir sin temor a equivocarnos que es Juliet Ashton la protagonista de esta historia, la persona alrededor de la cual se suceden los acontecimientos y son sus allegados, intereses y las sorpresas que van llegando a su vida quienes lo hacen también a la nuestra. Empezamos la historia con una carta, desde luego, como todas y cada una de las que componen este libro. Juliet es una joven mujer, escritora de profesión, que ha cosechado un gran éxito luego de publicar una columna semanal durante la Segunda Guerra Mundial bajo el seudónimo de Izzy Bickerstaff, todo ello en tono de chanza a fin de mantener el ánimo de la población tan elevado como es posible en semejante situación. Los artículos son recopilados en un libro que le depara buenas críticas y excelentes ingresos, pero ella decide despedirse de esa etapa de su vida y escribir un libro más serio. En esas está, insegura acerca de qué tema tratar, cuando le llega una curiosa carta de un habitante de Guernsey, Dawsey Adams, a quien le ha llegado un libro que alguna vez le perteneció a ella y quien le solicita que tenga la gentileza de hacerle llegar la dirección de alguna librería en Londres para así ordenar algunos títulos de su autor favorito, ya que en Guernsey no queda ya ningún establecimiento de ese tipo. Dawsey comenta algunos hechos curiosos respecto a la vida en la isla durante la ocupación que despiertan de inmediato la curiosidad de Juliet. Esta curiosidad se dispara hasta la estratósfera cuando Dawsey menciona a una suerte de club de lectura al que pertenece, la Sociedad literaria y el pastel de piel de patata, título impresionante donde los haya, así como lo importante que resultó esta sociedad para mantener el ánimo de la población en una época tan difícil para ellos. Este es el punto de partida para conocer, gracias a Juliet y a una serie de personajes, a cuál más interesante, la vida en aquella isla y los muchos acontecimientos que se sucedieron durante la guerra.

                                         

Creo que este libro retrata de forma fantástica la naturaleza humana en tiempos de crisis, cómo ésta saca lo mejor y lo peor de todos nosotros; pero hace hincapié en lo bueno, algo que agradecer en tiempos en que  muchas veces nos centramos más en lo negativo que en lo positivo. La lealtad, la amistad a prueba de balas, la resiliencia humana que jamás dejará de sorprenderme, y sobre todo esa bendición que es la literatura en la vida de las personas que están dispuestas a abrazarse a ella me han parecido sencillamente conmovedoras. 

La novela se lee en un suspiro y resulta imposible no terminar enamorada de Guernsey y de muchos de sus habitantes, personajes encantadores casi todos que van plasmando sus personalidades en las cartas que intercambian con Juliet u otras personas en el transcurro de la historia. Se sufre también, imposible no mencionarlo, ya que aquí no se oculta el horror de la guerra ni se esconden las tristes anécdotas de supervivientes y de aquellos que permanecen en la memoria de quienes los amaron, pero está narrado todo con tal delicadeza y respeto que llega al lector dotado de un aire de esperanza que opaca al dolor.

Un libro muy recomendado para todo el mundo, pero en particular para todos aquellos que amamos la literatura y que nos hemos visto salvados más de una vez por ella. ¡Feliz Día del libro!



"Eso es lo que me encanta de la literatura; en un libro encuentras un detalle diminuto que te interesa y ese detalle te lleva a otro libro y algo en ese te lleva a un tercer libro. Es matemáticamente progresivo; sin final a la vista y sin ninguna otra razón que no sea por puro placer"



martes, 5 de abril de 2016

COMER REZAR AMAR: ELIZABETH GILBERT



La protagonista, Elizabeth, de treinta y tantos años, deja atrás un matrimonio de siete años, un divorcio desgarrador y un desastroso romance posterior. Necesita alejarse de todo un poco, así que decide dar el gran paso, respirar hondo, dejar todo y marcharse de Nueva York. Así llega a Roma, donde descubre los placeres de la ciudad, aprende diez expresiones nuevas al día y se queda fascinada con los sorprendentes ojos de su nuevo ligue Giovanni, diez años menor que ella, y con el poder curativo de la pizza. Después de Italia, Elizabeth prosigue el camino ya emprendido por otros países, hasta que da la vuelta al mundo y en paz consigo misma regresa a Nueva York. Esta novela, que es un excelente ejemplo de la nueva corriente literaria que ya tiene numerosos seguidores en todo el mundo, la novela de autoayuda, es una reflexión sobre el amor en sus diferentes formas. Incluso el más escéptico lector soñará con encontrar a Dios algún día en un lugar de la India o quizá en un pedazo de pizza. Y no es un libro sólo para mujeres. 



Tardé mucho tiempo en leer este libro, lo que es curioso porque su autora, Elizabeth Gilbert, me cae muy bien; no que la conozca, pero leí otra de sus novelas y he visto varios videos suyos en los que habla acerca de la escritura y me parece una mujer bastante centrada y con un gran amor por lo que hace. Pero al fin encontré un momento para ponerme con Comer, rezar y amar, y ha sido una experiencia muy interesante.

No acostumbro leer muchos libros de autoayuda, no porque tenga nada en contra de ellos; por el contrario, creo que todo lo que pueda ayudar, valga la redundancia, a que una persona pueda sentirse bien consigo misma es muy necesario, en particular en este mundo tan loco en el que vivimos hoy; pero la verdad es que encuentro desesperantes esas lecturas cuando pecan de aleccionadoras, cuando el autor quiero imponer su manera de pensar y fijar pautas estrictas acerca de cómo se supone que debes vivir tu vida si quieres vivir en armonía contigo mismo. No sé, a lo mejor es que tengo un problema con las imposiciones, debe de ser mi vena rebelde.

Pero no hay nada de eso en Comer, rezar y amar. En este libro conocemos a una mujer como muchas otras que llega a un punto de su vida en que empieza a cuestionarse todo y no comprende qué está haciendo o por qué no está ni remotamente cerca de ese ideal de felicidad del que todo el mundo habla, aunque valgan verdades, la felicidad es un concepto un tanto complejo y que creo a veces se trata con mucha ligereza, pero esa es otra historia. El punto es que Liz, la protagonista del libro y nuestra escritora, quien nos cuenta su experiencia, decide que debe hacer algo o sencillamente su vida se irá al garete, y no es solo un decir; en el momento en que toda esta decisión se encuentra ahogada en la depresión y siente que no da más. De modo que toma todos esos conceptos que ha ido recolectando a lo largo de los años y emprende un viaje de un año por tres lugares del mundo en busca de encontrarle un sentido a la vida.



Al final, no sé si Liz encuentra ese sentido, dudo de que ella lo sepa tampoco, o al menos eso da a entender en el libro a lo largo de las páginas; puede que después de todo en realidad la vida no lo tenga. Pero son sus experiencias, el conocimiento que va adquiriendo día a día y sobre todo gracias a las personas que se encuentra en el camino y que le cuentan sus historias, algunas trágicas y otras felices, que ella aprende el que me parece es uno de los grandes fines de todo ser humano: aceptarse a sí mismo y amarse. Y no creo que sea algo que se puede aprender en un año, es algo que toma toda la vida y que sin duda nos depara más de una caída y muchas preguntas sin respuestas, pero al final la existencia en sí es toda una aventura y es uno quien decide cómo va a enfrentarla. 

Comer, rezar y amar es todo un viaje narrado en un tono muy sencillo y divertido con un montón de pasajes que enseñan mucho acerca de los lugares que Liz va visitando y de las personas con las que se encuentra, amén de líos, equivocaciones y algo de romance. También hay grandes lecciones para quien quiera verlas y, lo más importante para mí, es un libro que invita a pensar y eso es algo que siempre disfruto en mis lecturas, así que lo recomiendo mucho.








"La devoción es amor."