Me he anotado a un reto del blog de
Carmen y sus amigos para leer este año Orgullo y Prejuicio, uno de mis libros favoritos, tanto que esta más que una lectura, será una relectura y ni pensar en qué número porque no tengo ni idea. De cualquier modo, es un reto al que jamás podría resistirme, porque disfruto tanto de esta obra que cada vez que la leo es como vivir una nueva experiencia.
Les he comentado lo mucho que respeto y admiro la obra de Jane Austen, y qué tan grande ha sido su influencia en mi vida, por lo que leerla es siempre un placer. Si bien Orgullo y Prejuicio es mi historia favorita, adoro todos sus libros, con un interés muy especial en Sentido y Sensibilidad, una historia que me encanta por todo lo que me hace reflexionar respecto a mí misma, de allí el título de la entrada.
Nunca me atrevo a escribir basada en los personajes de esta gran autora, me provoca terror, como le pasará a muchos más, supongo, pero si alguna vez he tomado valor para hacerlo, ha sido siempre con el personaje de Marianne Dashwood y su extraordinaria sensibilidad como guía. Quizá sea porque me veo a mí misma con esa suerte de defecto/virtud, ya que creo la sensibilidad es tanto uno como otra. Lo primero porque ser guiada por el corazón puede con frecuencia ser peligroso, pero también es muy bonito el pensar que no todo es visto desde el lado lógico. A decir verdad, creo que un buen balance sería lo ideal; mente y corazón trabajando a la par.
Para terminar esta entrada, nacida de un momento de reflexión, quiero compartir un breve texto acerca de la sensibilidad que escribí hace un tiempo, espero que lo disfruten.
SENSIBILIDAD
Resultaba difícil saber cuándo
empezó Marianne a mostrar esos indicios de extrema sensibilidad que en una
criatura de diferente carácter hubieran resultado, quizá, exagerados.
Aún en los tiempos que corrían,
cuando una niña sensible y delicada era apreciada, por no decir exhibida con
orgullo, no faltaba un ojo avizor, preocupado por lo que podría considerarse
también como fragilidad de temperamento.
Y tal vez a aquel observador no
le haría falta razón, sin afirmar desde luego que la fragilidad de temperamento
pudiera ser vista como consecuencia de esa extrema sensibilidad.
Sin embargo, cierto era que tal
rasgo llevaría a pensar con facilidad en futuras penas, ya que como bien se
sabe, nada atrae más al dolor que la certeza del sufrimiento como una suerte de
destino añorado en cierta medida, ya que el sensible es casi siempre soñador, y
aún cuando pueda ser consciente de que el dolor es terrible, preferirá mil
veces sentirlo, que no sentir nada, porque claro está que quien no ha sentido
un corazón lacerado no ha conocido tampoco la dicha del mismo palpitando de
felicidad.
Entonces, ¿qué pasaba con la
señorita Marianne Dashwood? ¿Era tan solo un alma sensible, como muchas que
poblaban el mundo? ¿O se trataba tal vez de un ser de frágil temperamento destinado al sufrimiento?
La respuesta, por todos conocida,
es que esta joven de carácter grácil, apasionado, que no anhelaba más que
conocer los sentimientos más profundos, era simplemente un ser humano como
cualquier otro, con los mismos deseos y temores, que escogió, plenamente
consciente de lo que su decisión acarrearía, amar. Porque aún cuando el amor
duele, también nos concede el júbilo de los momentos vividos, y es allí donde
radica la clave de la sensibilidad, aquella incomprendida y vista con recelo.
Porque la sensibilidad encierra
un extraordinario valor siempre y cuando estemos dispuestos a enfrentar sus
consecuencias; y tenemos todos claro que en el caso que nos concierne, ninguna
mujer hubiera mostrado mayor arrojo para levantarse una vez que sus esperanzas
se vieron deshechas, dejando atrás el infierno del dolor.
Entonces, con esta certeza,
podemos asegurar que todo ser dispuesto a permitir a su corazón hablar, y vivir
con la seguridad de que más allá de las tormentas encontrará la calma que tanto
añora, es digno de respeto y admiración.
La sensibilidad no es extrema, o
exagerada, como podría asegurar aquel sujeto que ve los acontecimientos con
cínica postura, sino que forma parte de un todo, y si, lo mismo que Marianne,
deseamos que sea nuestro norte, jamás podríamos ser juzgados por ello. Al
contrario, podemos compartir este rasgo de nuestra naturaleza con quienes nos
rodean, con la seguridad de que si no encontramos un futuro tan promisorio como
el que tuvo ella la dicha de hallar, llegado el momento, podremos ver al
pasado, y estar orgullosos de no haber dejado nunca una palabra sin decir, o un
sueño abandonado.
Y estarán de acuerdo en que
semejante convicción nos inspirará a continuar por el difícil camino de la vida
con mayor decisión y ánimo, recordando, siempre, que ninguna tormenta es
eterna, y que el sol saldrá cada mañana.
Un alma sensible lo apreciará,
por supuesto.