Rachel toma siempre el tren de las 8.04 h. Cada mañana lo
mismo: el mismo paisaje, las mismas casas… y la misma parada en la señal roja.
Son solo unos segundos, pero le permiten observar a una pareja desayunando
tranquilamente en su terraza. Siente que los conoce y se inventa unos nombres
para ellos: Jess y Jason. Su vida es perfecta, no como la suya. Pero un día ve
algo. Sucede muy deprisa, pero es suficiente. ¿Y si Jess y Jason no son tan
felices como ella cree? ¿Y si nada es lo que parece?
Este libro ha llegado como todo un fenómeno editorial, se ve en todas partes, es muy comentado, y la lógica y mi carácter dirían que es precisamente por ello por lo que en circunstancias normales no habría ido por él tan rápido como he hecho en esta ocasión; sucede que cuando noto ese alboroto alrededor de un libro prefiero darle un tiempo para no sentirme influenciada por todo ese fervor; pero ocurre de vez en cuando que, sea porque es uno que en verdad llevo mucho esperando, o tiene algo en particular que me llama, rompo mi propia regla y voy por él; eso ha pasado con La chica del tren. No sabía nada de su autora, pero fue toparme con él, leer la sinopsis y recordar las buenas reseñas que había leído, y llevarlo para casa sin dudar. Terminado ya, puedo decir que fue una decisión excelente.
Me encantan los thrillers bien narrados, que tienen una estructura firme y una resolución lógica, y La chica del tren tiene todo esto y mucho más. La autora nos narra la historia desde el punto de vista de tres personajes femeninos, Rachel, Megan y Anna, siendo la primera nuestra chica del tren, y el personaje más importante. Creo que fue un acierto enorme el escoger este tipo de narración, en primera persona, y con estos tres personajes tan fuertes que nos brindan una visión completa de los acontecimientos sin que se nos pase nada; de esa forma nos vemos del todo inmersos en la trama y, si como a mí les encanta resolver misterios, podemos hacernos de las piezas del rompecabezas de modo que llegados al final logramos descubrir la verdad o al menos estar muy cerca de ella.
La historia en sí es bastante sencilla y quizá ese sea el mayor punto a resaltar, porque no es muy común conseguir enganchar de forma tan hábil al lector sin necesidad de grandes giros en la trama o demasiados personajes. La autora no agobia con descripciones innecesarias o hechos rebuscados; nos presenta estos últimos de forma clara y concisa, se suceden según avanzamos y cada uno se convierte en una pieza más del misterio. Rachel es quizá la pieza principal, una mujer que arrastra un divorcio que le ha afectado de forma espantosa y que se ve inmersa en el alcohol, lo que le produce unas lagunas mentales que ponen en riesgo su vida e incluso la certeza de su cordura, porque aún cuando fuera testigo de hechos que podrían ayudarle a resolver el misterio, ¿puede siquiera confiar en sus recuerdos? ¿Podemos nosotros? Cuando se obsesiona con la desaparición de Megan, esa mujer a quien veía desde la ventanilla del tren cada día, junto a su esposo Scott, esa pareja ideal para quienes se había inventado una vida soñada, pone en peligro su propia vida.
El ritmo de la narración y la intriga se mantienen durante toda la lectura y somos nosotros quienes nos convertimos, queriéndolo o no, en testigos y encargados de resolver el misterio, así como de conocer las motivaciones que llevan a cada personaje a obrar como lo hace. Sin duda una lectura muy recomendable.